Por: Alejandro Botero Cárdenas
@alboca72
alboca72@gmail.com

La contundente noticia recibida a secas lo dejó destrozado,  con el ánimo y autoestima por el suelo. Andrés entró en un estado de depresión profunda, apenas comenzando  su incipiente existencia, con una vida llena de proyectos y sueños por cumplir.

Se le acabaron las ganas de vivir con escasos 16 años vividos en un hogar donde nunca le faltaron  comodidades. Sin embargo,  no cultivó algo verdaderamente importante que muchos padres ingenuamente ignoran y es un pilar fundamental en la formación de los niños y jóvenes para enfrentar la vida: “La autonomía”.

Sus padres recurrieron a todo tipo de infructuosas estrategias para levantarle el ánimo: promesas de viajes y todo tipo de regalos. Incluso visitaron a un prestigioso psicólogo para que lo sacara del letargo en que se encontraba  sumido, amenazando con hundirlo cada vez más en un abismo oscuro,  profundo y sin salida.

No lo perdían ni un minuto  de vista. La incertidumbre los agobiaba en todo momento, ante el temor de  un suicido o la busca de una salida desesperada para evadir la realidad, refugiándose  en el consumo de drogas. Los intensos esfuerzos fueron inútiles, ninguna estrategia surtía efecto. Por primera vez en su vida, Andrés no tuvo alguien que le resolviera su problema. Ahora  sus afligidos padres no podían hacer nada por él, por más que lo desearan con todas sus fuerzas.

Ese día en la tarde, su primera novia de quien estaba profundamente enamorado lo dejó por su mejor amigo. En su despedida le deseó mucha suerte y sentenció el final de la relación con un escueto y directo: “Lo siento, ya no te quiero”.

La tristeza y la frustración son aprendizajes necesarios para enfrentar la vida
La historia de Andrés se repite frecuentemente en los hogares de jóvenes sobreprotegidos y sobreestimados desde niños, por la creencia que algunos padres de familia tienen en cuanto a que a sus hijos deben ser felices a toda costa y nunca les permiten estar tristes, ni frustrados, ni agobiados. El motivo es que los mismos padres no quieren sufrir con los fracasos de sus hijos, además, los agobia sentimientos de culpa al sentir  que están fallando en su labor formativa.

A la hora de formar,  no existen recetas exactas sobre qué hacer y cómo hacerlo para obtener como resultado niños educados de una u otra forma.

Sin embargo, es importante que exista un sano equilibrio entre la motivación y la exigencia,  entre los premios y los castigos, entre el elogio y la sanción, pues la aplicación excesiva de  alguna de estas, recarga la balanza pedagógica que lleva a la formación de niños con dificultades emocionales e  inseguridades para resolver conflictos y tomar decisiones.

En el caso de los niños sobreprotegidos y sobreestimados, los padres  crían seres con una latente falta de autonomía que afecta la confianza, la  tranquilidad y felicidad de sus hijos a mediano y largo plazo. Cuando los padres les resuelven todas sus dificultades, les evitan enfrentar cualquier tipo de fracaso, toman  las decisiones por ellos, les hacen todos sus deberes,  les escogen sus amigos, y les justifican sus errores, los están privando de conocer una importante habilidad social para la vida, con la que los niños y jóvenes deben convivir,  y es aprender a fallar y equivocarse, para  de esta forma crear estrategias autónomas que los motive a  sobreponerse a la frustración y la tristeza, descubriendo por sí mismos el valor de afrontar  las consecuencias de sus actos,  asumiendo y reconociendo  sus errores con responsabilidad y honestidad.

Un niño que no aprende a resolver los más mínimos detalles de convivencia autónomamente, crece con dificultades de autoestima pues en el fondo de su corazón siente que sus padres le solucionan todos sus problemas porque no creen que él esté en capacidad de hacerlo.

La sobreprotección y sobrestimación crea niños ego centristas que se ven a sí mismos como el centro del universo. Por tal motivo, siempre querrán hacer su voluntad,  ya que no se perciben como  parte de la sociedad  si no el centro de ella. Y por supuesto, sus padres son los responsables de   crear esta personalidad que les ha mostrado desde sus primeros años de existencia que los culpables de los errores son los demás y nunca ellos.  En otras palabras, se sienten seres perfectos que siempre tienen la razón y continuamente  habrá una disculpa de turno para justificar sus equivocaciones, con la complacencia de sus ingenuos padres quienes por lo general también se ven a sí mismos como  personas  infalibles.

Padres de familia y colegio deben hablar el mismo idioma
El acompañamiento y supervisión en la educación de los niños es de vital importancia para una buena formación. En este aspecto, el colegio juega un rol fundamental, ya que un buen trabajo en equipo entre padres de familia y maestros, tiene como resultado una formación con criterios unificados que  establecen las normas de respeto que implantan los límites  y promueven una sana convivencia de los niños y jóvenes  en la sociedad.

En el momento en que los padres de familia descalifican, desautorizan y no confían, ni apoyan las decisiones de sus maestros, la formación de los niños y jóvenes se ve afectada de forma negativa, pues ellos con su sagacidad y manipulación a conveniencia de la información, quieren salirse con la suya, y cuando cometen una falta, sacan una mala la nota, o incumplen con una responsabilidad o tarea, buscan victimizarse para causar lástima a sus padres y así, desviar la atención, para no asumir las consecuencias de sus errores. En cambio culpan al colegio que “no me entiende”, a los maestros que “son muy injustos y exigentes”, a los “compañeros que siempre me critican”, y a la “empleada que no me empacó los cuadernos”. Los niños ego centristas siempre verán que todo el mundo debe cambiar para complacerlos. Sin embargo,  no son conscientes de que ellos son los primeros que deben corregir  actitudes que a todas luces son incorrectas, pues se acostumbraron a dar por sentado que lo que piensan y hacen no se puede refutar ni contradecir.

Hace 20 años si un alumno reprobaba el año escolar, él era el culpable, ahora si sucede lo mismo, el culpable es el profesor.

La familias disfuncionales de nuestros tiempos, con padres ausentes por las extenuantes y prolongadas jornadas de trabajo, contrasta con las familias de tiempos anteriores donde el padre autoritario cabeza de familia,  era la autoridad absoluta, que hacía cumplir las normas a rajatabla, sin espacio para la holgazanería, la indisciplina, y la irresponsabilidad.

Desafortunadamente, en muchas familias actuales, los padres giran en torno a los caprichos y necesidades de sus hijos, inclusive les temen, pues  piensan  que  reprenderlos les hará  perder su cariño y sienten remordimiento cuando no comparten mucho tiempo con ellos, entonces les permiten hacer su voluntad, no los increpan, ni les ponen consecuencias, ni límites  a los comportamientos inadecuados y por último los llenan de costosos regalos, lo cual  es un  grave error pedagógico, ya que por un lado les están premiando  la irresponsabilidad y por otro los acostumbran a darle especial atención a los objetos, que solo dan placer temporal, en vez de propender por enseñarles a valorar  las personas: al profesor que le enseña con abnegación y amor, a la empleada que a diario le sirve el con amabilidad el desayuno, al conductor del bus que puntualmente lo lleva a la escuela, al empleado de servicios varios que madruga cada día a limpiar para que tenga un ambiente de estudio agradable, a  sus padres que con sacrificios les dan todo lo que necesitan, y a Dios por llenarlos de bendiciones al hacerlos niños afortunados que nada les falta.

Conclusión
En definitiva, para educar niños felices, no debemos caer en la trampa de pensar que su felicidad  depende de  dejarlos hacer su voluntad. Somos los adultos formadores quienes tenemos la importante misión de mostrarles que la vida está llena de felicidades  y  también de dificultades;  que los buenos y los malos actos tienen una consecuencia directa, positiva o negativa en la sociedad; que conseguir las cosas requiere disciplina y sacrificio; que la honestidad y el respeto por los demás son valores invaluables para la convivencia en paz y armonía;  y que es importante  aprender a agradecer antes de exigir.

No podemos pretender que nuestros hijos estén encerrados en una impenetrable burbuja, donde nada los afecte ni los perturbe, pues llegará el momento en que la vida los pondrá de frente con la ineludible e implacable realidad, y como en la triste historia  de Andrés, la incapacidad para resolver dificultades  al creer que vivían en un mundo perfecto, los podría  llevar a la depresión, al alcoholismo, al consumo de drogas, inclusive, siendo más extremistas, a contemplar la posibilidad de un suicidio como solución definitiva para aliviar el dolor del alma.

Irónicamente los hijos sobreprotegidos, en un futuro, podrían llegar  a culpar a sus  progenitores de sus carencias y debilidades, pues dentro de su ser, y aunque nunca  lo expresaran, querían padres que los guiaran con carácter  y  formaran con exigencia.

“El más grande regalo que un padre le puede dar a su hijo después del amor, es la disciplina”.