Por Rodrigo Maya Blandón
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Así escribía sobre las brujas, a finales del Siglo XIX, Teodomiro Llano Botero, (nacido en El Retiro en 1830), en su libro “Biografía del señor Gabriel Echeverri”, (su suegro) presidente del Estado Soberano de Antioquia y constituyente de la Constitución de Rionegro (1863). Se respeta la ortografía y la redacción utilizadas en la época (finales del Siglo XIX).
“Las brujas con gorros de cucurucho y vestidos vaporosos cabalgando en escobas, en ramas ó en troncos de col, correteaban por los tejados haciendo monerías y profiriendo indecencias. Los niños llevaban una chaquira, ó un coral á guisa de pulsera, para precaverse de mal de ojo, y aun así no siempre escapaban de los duendes ó trasgos que los perseguían. Si un prójimo se iba al otro barrio debiendo una peseta al vecino, ó una misa á San Fulano, había de venir todas las noches á turbar el reposo de los vivos con voces plañideras, para que alguien se moviese á compasión y cumpliendo el empeño, sacase al infeliz del purgatorio. Si algunas sustancias pútridas brillaban en la oscuridad, era seguro indicio de la existencia de un tesoro.
Si alguna cosa de perdía, no podía recuperarse sin pegar de una zahorí. En fin, y para colmo de paparruchas, el uso del familiar estaba en boga. Este era el mismo enemigo malo en forma de un negrillo en miniatura, de ojos blancos y boca bermellón, el cual se llevaba en la faltriquera. Debía comprarse en Zaragoza, y costaba siete pesos en cuartillos. Tenía tres virtudes, á cual más sustancial ó sustanciosa; pues servía, como quien no dice nada, para pelear, para buscar plata y para enamorar. Lo que no se ha podido averiguar, es por qué teniendo tamaña s cualidades el susodicho embeleco, se compraba tan barato y al mismo tiempo era tan raro.
Apuntamos antes que la hora de irse á la cama era entre las ocho y nueve de la noche, y ahora agregamos que se dormía toda la noche de un tirón, gracias á una conciencia sosegada y á un cuerpo quebrantado por las faenas cotidianas. Agregamos más, y es que á la hora supradicha no siempre se hallaban todas las ovejas en el aprisco; pues no faltaba algún cuitado barbilindo, ó algún hidalgo de garnacha, que se fuese á picos pardos por esas calles, encrucijadas y andurriales, para lo cual era muy socorrido disfrazarse de espantajo. ¿Quién no conoce hoy día las horripilantes historias de mohán y el sombrerón? Y de tales artes se valían ya por la pueril vanidad de difundir el terror en más de una legua á la redonda, ó yá para no ser conocidos de amigos y de extraños, y burlar la vigilancia de los alguaciles, que se nos antoja habrían de ser como los esbirros de la Santa Hermandad. ¡Cuántos lances verdaderamente criminales ó simplemente ridículos y humorísticos ocurrían entonces, dignos de ocupar la pluma de un curioso cronista, que por desgracia nos faltó, con mengua de la integridad de nuestra historia!
Lo que puede revocarse á duda es la supina credulidad y la gran superstición de aquellos tiempos de Maricastaña. Si un sacerdote cometía un pecadillo, era de rigor que por doquiera fuese dejando la huella de una bestia, representada por una garra, un casco, una pezuña. Si á una mujer le daba por saber á dónde iba y qué hacía su marido, no tenía más que recurrir á ciertas mañas para convertirse en ave nocturna, y hasta en pulga y lagartija, para poderse colar por el intersticio más estrecho, y deslizarse y brincar por todas partes.
Por lo expuesto se viene en conocimiento de la sombra tenebrosa que velaba á aquellos espíritus endebles y apocados, perfectamente accesibles á la más estúpida superchería. Pero eso estaba en el orden natural, por lo mismo que en los cálculos políticos de la nación dominadora, entraba el perpetuar su ascendiente, manteniendo las colonias sumidas en la más crasa ignorancia. Nada, pues, tenía de extraño que el pueblo, y mucha parte que no era pueblo, fuesen completamente iliteratos. Muy contados eran los que sabían leer y escribir: 1º., porque no era necesario; y 2º., porque era pecado ú ocasión de pecar, sobre todo en tratándose de niñas casaderas. Para vivir en el santo temor de Dios, y amar y servir al rey, maldito el glorioso núcleo de que hablamos, y por ellos, en poco más de medio siglo, ha logrado ocupar Medellín el primer rango en el Departamento y el segundo en la República.
Desdeñando nobiliarios blasones, y vinculando su elevación y su fortuna en su esfuerzo individual únicamente, esos hombres lograron redimir su pequeña patria de la cuasi barbarie de otros tiempos, y dejar á su prole numerosa, no sólo riquezas de consideración, sino magníficos ejemplos de imitar, y ancha por donde avanzar en prosecución de los más altos destinos.
¡Bendigamos su memoria!” (LA DE GABRIEL ECHEVERRI)