La misa ha terminado, la más reciente novela del escritor tulueño Gustavo Alvarez Gardeazabal tiene sus orígenes allí. Esa carencia de fe, su radicalidad y su tremendismo personal y literario tienen una explicación que empieza por ahí. Como señala el propio autor “no se conoce el primer relato de los que se murieron y fueron a parar en el cielo, el infierno o el purgatorio, pero sobre la base de que la boleta para alguno de esos sitios la daba el comportamiento en vida, la cadena de la subyugación entre el pecado y la muerte, el perdón y la redención, nos esclavizó sádicamente…si no se sufría en vida, no se podía entrar al reino de los cielos, Era necesario torturarse, huir de la felicidad. Había que amargase para poder recibir el premio de la gloria eterna al final de la vida….los seres humanos necesitan dejar al arbitrio de lo desconocido lo que no pueden controlar y explicar racionalmente y la imagen de dios les ha servido para ello”.
Mucha razón tenían nuestros radicales del siglo XIX cuando enarbolaban una consigna que nunca perdió su vigencia: Todos los que hablan en nombre de Dios, intentan algo contra mi libertad o contra mi bolsillo. Así, uno encuentra que todo progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo intento de luchar contra la discriminación racial, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo.
El entramado de la novela nos confirma que “el problema de este mundo lo han generado, cuidado, alimentado y preservado los intermediarios de dios en la tierra. Es sobre ellos. Sobre sus debilidades, sus excesos, sus explotaciones que escribo para que nadie vuelva a creerse dueño de la verdad o del poder”. Alberto Lleras Camargo decía que en Colombia la poesía fue el primer escalón de la vida pública y se podía llegar a la presidencia por una escalera de alejandrinos pareados. Y en la novela, Gardeazabal por su parte, reclama “que no consideren que fue una invención de mi parte y que las historias de los curas maricones y las escalas del triunfo que da el ejercicio a tiempo del culo no son válidas”. Yo si te creo, Gustavo. Desde siempre, este país lo han manejado por allí. Toda recta -¿recto?- lleva derecho a un infierno, nos recordaba igualmente, Nicolás Gómez Dávila.
Martin Ramírez, el cura homosexual protagonista de La misa ha terminado, es feo, católico y sentimental como señalara en su época y de su España, Ramón del Valle-Inclán. Similares definiciones cabrían para el país. Esta es Colombia, Pablo: somos un país feo, católico y sentimental. Esta narración que comento es una prueba reina.
La novela me resuena como un deja vu: La verdadera vocación del catolicismo es el dinero a costa de lo que sea. Como señala el periodista español Pepe Rodríguez en su libro Mentiras fundamentales de la iglesia católica, en el año 1517 el papa León X promulgó la tabla de tarifas llamada Taxa Camarae con el fin de vender indulgencias, y perdonar las culpas a todos cuantos pudiesen pagar al Pontífice. Allí no había delito, por horrible que fuera, que no pudiese ser perdonado a cambio de dinero. León X declaró abierto el cielo para quienes, clérigos o laicos, hubiesen violado a niños y adultos, asesinado a uno o a varios, estafado a sus acreedores, abortado… Pero tuviesen a bien ser generosos con las arcas papales. Este es el origen del protestantismo y de Lutero.
Son treinta y cinco artículos que son una delicia, pero que de paso desenmascara la verdadera misión de la caterva religiosa: enriquecerse a costa de la ingenuidad, el temor y la ignorancia de sus creyentes. Algunos de ellos: El eclesiástico que incurriera en pecado carnal, ya sea con monjas, ya con primas, sobrinas o ahijadas suyas, con otra mujer cualquiera, serás absuelto mediante el pago de 67 libras, 12 sueldos.
Si el eclesiástico además del pecado de fornicación, pidiese ser absuelto del pecado contra natura o de bestialismo, debe pagar 219 libras, 15 sueldos, mas sí sólo hubiese cometido pecado contra natura con niños o con bestias y no con mujer, solamente pagará 131 libras 15 sueldos.
El sacerdote que desflorase a una virgen, pagará 2 libras, 8 sueldos.
La religiosa que quisiera alcanzar la dignidad de abadesa después de haberse entregado a uno o más hombres simultánea o sucesivamente, ya dentro, ya afuera de su convento, pagará 131 libras, 15 sueldos.
Los sacerdotes que quisiesen vivir en concubinato con sus parientes, pagarán 76 libras, 1 sueldo.
Una muestra de corrupción tan infinita le permitió a León X pasar por ser el protagonista la historia del pontificado más peligroso en la historia de la iglesia.
Un teólogo conocido, recién publicado La puta de Babilonia, la demoledora diatriba contra la iglesia católica de Fernando Vallejo, me confirmó que la orden dada desde el Vaticano era no responder ni debatir sobre el tema. “No sólo es verdad su contenido, sino que hay nadie en la Iglesia que pueda refutarlo, y ya no cometemos el error de prohibir desde el púlpito como a Vargas Vila, para hacerlos ricos, poderosos y profusamente editados por cuenta del Índex”. De modo, Gustavo que este intento de épater L!eglise, es un fracaso. Pero esta intentona es buena para descorazonar algunos ingenuos.
También esta aventura literaria nos señala, como lo sabemos desde La Religiosa de Denis Diderot que las instituciones religiosas son coercitivas: el mundo cerrado de los conventos y los seminarios degenera en inutilidad social, resentimiento y promiscuidad. Fácilmente conducen a delirios místicos más cercanos a la locura que a la Luz Divina. Los Votos religiosos, por ejemplo, son contrarios a la inclinación general de la naturaleza, y que por ello o se quiebra la entereza de la promesas formuladas a dios o se sucumbe en los infiernos de la probidad y la fe más devota. Las monjas, frailes y sacerdotes –afirma la iglesia- son llamados por su convicción a apartarse de los males del mundo. Pero, este es un imaginario desfasado: al interior de los claustros, no solo hay miles de hombres y mujeres sometidos, sino también los mismos vicios de la sociedad mundana. La afirmación del catolicismo como discurso y práctica, ha dejado un amplio rastro de dolor y sufrimiento. Son innumerables sus numerosos crímenes a lo largo de los siglos: las cruzadas, la Inquisición, la muerte del espíritu científico, los autos de fe, los flagelos impuestos para purgar las culpas. El fanatismo convierte a los religiosos en los peores gendarmes de la sociedad, capaces de actuar con la tiranía más ciega y funesta. Ficciones macabras, tejidas a partir del más profundo mal que se ha cernido sobre los hombres: la falsa idea de dios. Del fanatismo a la barbarie sólo media un paso, decía en el siglo XVIII, Diderot.
El 27 de julio de 1656, una sentencia de excomunión dictada contra un judío de 24 años de la comunidad portuguesa de Ámsterdam decía: “El Consejo rector le hacen saber que, conociendo las malignas opiniones y obras de Baruch de Espinoza y recibiendo cada día más noticias sobre las horribles herejías que practica y enseña y las abominables acciones que cometió y en presencia de los rabinos y con su consentimiento resolvemos que el dicho Espinoza sea sometido a la proscripción. Y por decreto de los Ángeles y palabra de los santos proscribimos, separamos, maldecimos y anatemizamos a Baruch de Espinoza con todas las maldiciones escritas en la Torá: maldito sea de día y maldito sea de noche, maldito en su reposo y maldito en su vigilia, maldito en su acercarse y maldito en su entrar; y no quiera el Señor perdonarlo, y ardan en él la ira y el celo del señor. Prevenimos que nadie puede tener con él contacto oral o escrito, ni hacerle favores, ni estar con él bajo el mismo techo, ni leer papel alguno que haya hecho o escrito”.
Aún hoy los cándidos y los predicadores afirman que la religión hace buenos a los hombres, pero la historia muestra que nunca las prohibiciones religiosas han impedido las violaciones, ni el adulterio, ni la pederastia, ni siquiera por parte de aquellas personas que por su compromiso social deberían dar buen ejemplo. La historia de las grandes religiones, en particular la del cristianismo, es una narración interminable de guerras, torturas y crueldades inenarrables, como lo ha documentado el historiador y crítico alemán Karlheinz Deschner, en su monumental obra La Historia criminal del cristianismo.
Es un hecho irrefutable que las religiones ideadas por los hombres a través del tiempo no han contribuido en absoluto a crear un mundo mejor. Por el contrario, ha sido “la fuente de todas las locuras y perturbaciones imaginables; la madre del fanatismo y de la discordia civil, como escribió alguna vez Voltaire. Y como también decía un reconocido escritor y agnóstico colombiano, “con dios o sin él, el hombre seguirá siendo hombre, y este mundo seguirá siendo el infierno, ¡porque el demonio es el hombre mismo!”
La misa ha terminado nos confirma aquello de que en los libros sagrados, lo prohibido, lo sancionable, lo deseable y lo justo, cambia según los caprichos de la cultura y la época. Por ello, que se haya establecido una clara diferencia entre delito y pecado es, sin duda, uno de los alcances más grandes de la Ilustración y la corriente racionalista. La separación de la Iglesia y el Estado es una tendencia en el mundo desde la edad moderna, y hace parte de la mayoría de las constituciones nacionales. A quienes creen deseable un estado teocrático fundamentado en la Biblia, y teniendo en cuenta que las leyes de Dios son inmutables y eternas, sería preciso preguntarles cómo encajar en la actual legislación algunos de sus mandamientos, como aquel que hace lícito poseer esclavos, siempre que se adquieran en naciones vecinas (Levítico 25:44). O cómo juzgar a los adúlteros y homosexuales: ¿acaso habría que quemarlos vivos como se ordena en el Levítico 20:14?
¿Son estas enseñanzas morales, compasivas, justas o razonables? ¿Acaso no se ordena en la Biblia la destrucción de pueblos enteros y se instiga a la masacre de niños, ancianos, enfermos y desvalidos? ¿Cómo podemos aceptar como guía moral un libro que incita a la venganza y aconseja el salvaje “ojo por ojo, diente por diente, y miembro por miembro”? Y ni hablar de la tolerancia o el respeto a las creencias de los demás cuando todo el que disiente es lapidado, y donde se ordena al esposo a denunciar a la esposa incrédula para darle muerte. Se ha sostenido que sin la promesa de una vida después de la muerte, la existencia humana sería insufrible. Pero si esta convicción fuera sincera, la muerte de un ser querido y creyente sería motivo de regocijo para el cristiano, y no una pena.
También se afirma que la religión hace buenos a los hombres, pero la historia muestra que nunca las prohibiciones religiosas han impedido las violaciones, ni el adulterio, ni la pederastia, ni siquiera por parte de aquellas personas que por su compromiso social deberían dar buen ejemplo. La historia de las grandes religiones, en particular la del cristianismo, es una narración interminable de guerras, torturas y crueldades inenarrables, como lo ha documentado el mencionado historiador y crítico alemán Karlheinz Deschner, en su monumental obra La Historia criminal del cristianismo.
Afirmaba Bertrand Russell que cuando más intensa ha sido la religión de cualquier periodo y más profunda la creencia dogmática, han sido mayor la crueldad. En las llamadas edades de fe, cuando los hombres creían en el cristianismo con intensidad, se creó La Inquisición con sus torturas y asesinatos y todas las crueldades practicadas a nombre de la religión. “Uno encuentra que todo progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, que todo intento de luchar contra la discriminación racial, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo. Por eso digo deliberadamente que la religión cristiana, ha sido y es, la principal enemiga del progreso moral del mundo”, sentencia Russell.
Gardeazabal me reafirma en este polémico pero bello texto, en mi segura creencia de que la Iglesia, cualquier Iglesia o culto religioso, no ha sido madre sino de conflictos. Su preocupación maternal es vender: indulgencias o velas, prerrogativas a los Príncipes, cañones o bulas, imágenes o novenas, agua de Lourdes o misas. Si se ha de cambiar el falso vocabulario colombiano, decía el médico Tulio Bayer, reflejo de la aceptación de una casuística que embrolla lo terrenal con lo presuntamente divino, lo temporal con lo pretendidamente espiritual, sería necesario tomarse el trabajo de explicar un poco la historia eclesiástica, en vez de ir a misa, bautizar en la iglesia a sus niños y eludir toda discusión con estos parásitos mitrados que en realidad no encuentran ninguna oposición, puesto que otra de las ideas recibidas colombianas es que el anticlericalismo está pasado de moda. No, Gustavo, tu novela abre un boquete para enfrentar el irracionalismo y el fanatismo religiosos.
La vida de gracia no existe, pues, sino para los santos que viven del sudor ajeno. Ni comunistas, ni liberales ni siquiera muchos conservadores creen verdaderamente en el pecado original y en la redención. Pero aceptan este lenguaje porque lo reciben en los colegios controlados por los curas y descubren que este contexto absurdo y dogmático no es otra cosa que un aspecto de la propaganda irracional, eficaz desde el punto de vista de vender hasta la más dudosa de las mercancías. Colombia padece del más singular de los problemas religiosos: el de no haber enfrentado jamás el problema religioso. Esta narración de GAG es un paso hacia esa discusión.
Pero en Colombia es todavía efectiva la candorosa predicación de los viejos dogmas como la transubstanciación o la divinidad de Cristo. Pero dogmas viejos desempeñan el mismo papel que los nuevos. Y gracias a esta creencia, las ganancias son inmensas. Valdría la pena hacer un cálculo sobre el producido de un Congreso Eucarístico, o de una peregrinación a Fátima o de las limosnas y diezmos que algunos cándidos aún entregan. La Iglesia se moderniza: en Fátima lo primero que se construyó fue un hotel lujoso para los turistas y una cárcel para recoger a los menesterosos, a los pobres, a los verdaderos peregrinos. Lo que importa es el turista que aporta dólares.
“El opio del pueblo es un vicio propagado por Obispos. Y la raíz del mal hay que buscarla en la teología, curiosa especialidad inventada para clasificar los santos, rotular los ángeles, ponerle impedimentos a Dios… cuernos y cola al diablo” señalaba Bayer.
Ante el inevitable avance de los conocimientos humanos, la Iglesia comienza por desfigurar, por adulterar. Si aún hoy es posible señalar flagrantes mentiras, hay todo el derecho a suponer que hubo muchas otras. Es lógico suponer las abundantes tergiversaciones de toda esta antigua y larga historia.
Todas estas posibles mutilaciones y tergiversaciones no impiden analizar la pretendida misión educadora de la Iglesia citando hechos que no pudieron borrar. Porque la Iglesia comienza su desinformación ecuménica cuando los frailes benedictinos empiezan a borrar los pergaminos antiguos y elaboran palimpsestos, escribiendo sobre las obras de Sófocles y de Esquilo y de muchos otros, todas las pendejadas de los Padres de la Iglesia, y guardándose por supuesto algunos deliciosos fragmentos de literatura libidinosa para solaz y contentamiento de los iniciados. Es por lo que dejaron de borrar que estos monjes nos han permitido saber algo del mundo griego ¡Cipotes de centinelas de la cultura!
El Santo y el Héroe. La misma arcilla. Uno y otro han pronunciado solemnemente el voto de la renuncia total. Han transvasado el vicio en virtud y la virtud en vicio, pero el movimiento ha sido imperceptible. Se han colocado lejos de la vida para cambiar la vida. Han vuelto la espalda al mundo para transformarlo. Han llegado a odiarlo aunque sus proclamas estén encendidas de amor. Han cometido las peores atrocidades en la campaña por la conquista general del reino de la justicia.
Alvarez Gardeazabal nos reitera acá que la religión se basa en el miedo. Miedo a lo desconocido. Un miedo esperanzado en una fuerza superior, mamá o hermano, que va a defenderlo a uno en todos los problemas El miedo es la base de toda esa basura: miedo al misterio, a lo desconocido, a la derrota, a la muerte. Y el miedo es el origen de la crueldad. Por eso no es extraño que religión y crueldad vayan de la mano. Sólo el conocimiento, la ciencia, la crítica, la inteligencia nos ayuda a librarnos de ese miedo cobarde en el cual ha vivido la humanidad. No hay que buscar ayudas imaginarias, ni inventar aliados celestiales. No tengo el chantaje del cielo, decía Borges. O el soborno del cielo, como decía George Bernard Shaw
Para el caso colombiano la devoción del Corazón de Jesús, por absurda que sea su origen, propagada por verdaderos maniáticos conviene comercialmente a la Iglesia, ya que como toda propaganda irracional, tiene profundas raíces en el inconsciente individual y colectivo. La Santidad no es sino, como lo dice Sartre, la rama mística de la sociedad de consumo.
Afirmaba el médico Tulio Bayer que “son seres neuróticos, que cuando llegan a Obispos en Colombia, tienen en sus manos el destino de centenares de seres humanos, los más frágiles y los más indefensos: las mujeres y los niños, sin que el Estado intervenga jamás, así sea solamente para circunscribir a la Iglesia con sus conventos, iglesias, y seminarios, el alcance de una neurosis colectiva y de una dictadura religiosa que nada tiene de republicana ni de democrática, ni siquiera de cristiana y mucho menos de científica. Es la dictadura del miedo, una espiritualidad coprófaga basada en el culillo. La coprofagia, tan vinculada a la devoción del Corazón de Jesús, lleva hasta sus últimas consecuencias la civilización de la soledad y del individualismo”
Y es también una espiritualidad irracional. Y… como tal es habilidosamente explotada por la Iglesia católica y por el Estado. De la neurosis y de la irracionalidad de las masas se pasa fácil y provechosamente a una formidable industria montada en la mentira de la que Fátima constituye la obra maestra. Como decía Jean Paul Sartre en su gigantesca obra sobre Jean Genet la santidad me repugna con sus sofismas, retórica y su delectación morosa. La santidad no sirve hoy sino para ayudar a los hombres de mala fe a razonar falsamente.
El emperador Justiniano en un texto sobre la llamada Santísima Trinidad dijo que aquellos que no piensan como nosotros, están locos. Esa es la cosa. El poder pretende que su palabra produzca el famoso consenso social, con el cual si bien, no todos los problemas quedarían resueltos, al menos serían interpretados de la misma manera y si algún aguafiestas, afirma Estanislao Zuleta, viene a dañar esta alegre comunión del sentido y dice tercamente como Galileo y sin embargo se mueve, debe saber que queda condenado a mentir sobre su propio pensamiento, al silencio y a la soledad. Los dogmáticos. los fanáticos y los totalitaristas comienzan a secretar con la misma naturalidad con la que el hígado secreta bilis, sus ortodoxos y sus herejes.
En Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? de 1784, Kant hace una vibrante defensa de la autonomía humana, definiendo la Ilustración como “el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad, de la cual él mismo es culpable: minoría de edad que consiste “en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro”. Dice Kant: ¡Es tan fácil ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de mi dieta y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo. Con sólo poder pagar no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea…Los tutores que muy amablemente han cargado sobre sus hombros el peso de ejercer una alta dirección sobre la humanidad…después de haber embrutecido a su rebaño y haberse cuidado bien de que sus pacíficas criaturas no tengan permiso o posibilidad de arriesgar el menor paso fuera del redil en que los han encerrado, les muestran el peligro que las amenaza si se aventuran fuera de él”. Por todas partes, dice Kant, sólo se escucha el imperativo: “no piensen, dice el oficial, ¡ejecuten!; no piensen, dice el financista, ¡paguen!; !no piensen!, dice el sacerdote, ¡crean!
Parafraseando nuevamente a Zuleta, desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia desde la antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y llegan a entregarse las iglesias provistas de una verdad y de una meta absolutas, cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia – por la desgracia- de una revelación. Sabemos cuán cerca se encuentran uno de otro la idealización y el terror. La idealización del fin secreta el terror de los medios que procurarán su conquista. Ningún origen supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular, todos lo son, como la designación misma de la verdad y los otros como ceguera o mentira.
Dostoievski entendió desde el siglo XIX que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, los dioses, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón.
Así nos encontramos hoy. Fanatismo, dogmatismo, fundamentalismo desde todos los poderes.
Luis Antonio Restrepo. en su libro Pensar la historia relata cómo, “ el 22 de junio de 1633, Galileo Galilei, matemático y filósofo, fue conducido desde la cárcel del Santo Oficio, donde se encontraba desde el día 20 del mismo a la gran sala del convento dominico de Santa María de la Minerva y ante la Congregación del Santo Oficio le fue leída la sentencia por la cual se prohibía la publicación del Diálogo sobre los Máximos Sistemas del Mundo y se lo condenaba virtualmente a prisión perpetua y a recitar por tres años los siete salmos penitenciales. Inmediatamente Galileo pronunció su abjuración y abandono para siempre la falsa opinión de que el sol se halla en el centro del mundo e inmóvil y que la tierra no es el centro del mundo y se mueve, ya que esta doctrina es contraria a las Santas Escrituras”. Y José María Vargas Vila en Pretéritas señalaba que “entonces se ve una nube negra, muy negra, que avanza y oscurece la luz, llega y se posa al fin. Son las aves negras, son los jesuitas. Ellos aparecen siempre a la muerte de toda libertad y al principio de cada tiranía”.
La Historia es siempre una teología disfrazada. Decía Nietzsche que “el que ha aprendido a doblar el espinazo y bajar la cabeza ante el poder de la religión y de la historia, ese tendrá un gesto de aprobación mecánica, un gesto a la china ante cualquier género de poder, ya sea el de un gobierno, ya el de la opinión pública o bien el de la mayoría numérica y moverá sus miembros al compás de un poder cualquiera”.
En el Discurso de la servidumbre voluntaria, Etienne de la Boétie, en 1574 se preguntaba: “De momento tan sólo quisiera entender ¿cómo pueden tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones, soportar a veces a un solo tirano, que no dispone de más poder que el que se le otorga?”. Y se sorprende de “ver cómo millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y sojuzgados, la cabeza gacha, a un deplorable yugo, no porque sean obligados por una fuerza mayor, sino por el contrario, porque están fascinados, y por decirlo así, embrujados por el nombre de uno”. A poco que se examine cualquier forma o modelo de sociedad moderna o contemporánea, la servidumbre voluntaria sigue existiendo como una pusilanimidad en la que resulta más cómodo obedecer que rebelarse.
Y para nuestro caso colombiano no podemos relegar de la historia a Miguel Angel Builes. Sus anatemas. Sus prohibiciones y burdas pastorales contra los bailes, los paseos mixtos, las piscinas, la moda, las montadas a caballo, su antiliberalismo visceral y fanático. El obispo Builes, émulo de su insuperable maestro Ezequiel Moreno quien durante la Guerra de los Mil Días usó sus escritos y predicaciones para atacar al Partido Liberal y para llamar a los católicos a «defender su religión con Rémington y machetes», prometiendo absolución automática.
Builes. Ezequiel Moreno: sotanas que manejaban el tinglado de la farsa política con pamplinas religiosas. Para ambos todo era castigo de Dios por los pecados públicos, el amancebamiento, las embriagueces, la libertad de enseñanza y la prensa. Solo menciono acá que para el obispo Builes la noche más negra de la humanidad llegó a la tierra el 29 de octubre de 1963 cuando en el Concilio “algunos padres conciliares quisimos reverenciar a la Madre de Dios y definir el culto a María, pilar de amor y de fe. Nos derrotaron por 1114 votos contra 1074. Cuarenta voluntades sepultaron en el olvido a la figura más brillante del cristianismo después de Dios. Se echó tierra al más noble afecto. Las consecuencias funestas se sentirán a través de los siglos”.
Y todo esto igual, ayer como hoy. Con Ezequiel Moreno o con Miguel Angel Builes. Con Martín Ramírez, con el Demente, Rogelio Briceño o Casimiro Rangel. Ayer contra la figura mayor de la historia intelectual de occidente, cuya revolución filosófica anticipó la secularización, el surgimiento de la ciencia natural, la Ilustración y el estado democrático-liberal de hoy. Y que sobre todo aportó el principio filosófico fundamental de que la existencia mundana es todo lo que hay, es el único ser real y única fuente de valores éticos. Baruch de Espinoza cuyo sistema es quizás el más importante de la historia de la filosofía.
Dice Gustavo Alvarez Gardeazabal en alguna parte que “esta novela es un añadido de trabajos hechos desde distintos ángulos usando la información ajena. Soy un dinosaurio que todavía respira”. No es cierto, Gustavo. Es una narración impecable, que muestra tus mejores talentos de novelista. Tu prosa se desliza amable, cautivadora. El lector no la tira a un lado porque sienta asco ni se deja impactar negativamente por lo que cuentas. Para mi gusto hubiera omitido los detalles sexuales, que tal vez serán un gancho comercial y ayudara en las ventas. Yo si soy un dinosaurio. Prefiero las elusiones sexuales de Shakespeare o de Borges. No importa, según sus teóricos, la posmodernidad aguanta con todo.
Dejemos que por ahora termine José Saramago, “Las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana”.
Este es el Dios o Naturaleza de Baruch de Spinoza:
Dios hubiera dicho:
» Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho. Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de tu vida.
Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he hecho para ti.
Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa.
Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti.
Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo.
El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer.
Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito… ¡No me encontrarás en ningún libro!
Confía en mí y deja de pedirme. ¿Me vas a decir a mí como hacer mi trabajo?
Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te critico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor.
Deja de pedirme perdón, no hay nada que perdonar. Si yo te hice… yo te llené de pasiones, de limitaciones, de placeres, de sentimientos, de necesidades, de incoherencias… de libre albedrío ¿Cómo puedo culparte si respondes a algo que yo puse en ti? ¿Cómo puedo castigarte por ser como eres, si yo soy el que te hice? ¿Crees que podría yo crear un lugar para quemar a todos mis hijos que se porten mal, por el resto de la eternidad? ¿Qué clase de dios loco puede hacer eso?
Olvídate de cualquier tipo de mandamientos, de cualquier tipo de leyes; esas son artimañas para manipularte, para controlarte, que sólo crean culpa en ti. Respeta a tus semejantes y no hagas lo que no quieras para ti. Lo único que te pido es que pongas atención en tu vida, que tu estado de alerta sea tu guía.
Amado mío, esta vida no es una prueba, ni un escalón, ni un paso en el camino, ni un ensayo, ni un preludio hacia el paraíso. Esta vida es lo único que hay aquí y ahora y lo único que necesitas.
Te he hecho absolutamente libre, no hay premios ni castigos, no hay pecados ni virtudes, nadie lleva un marcador, nadie lleva un registro.
Eres absolutamente libre para crear en tu vida un cielo o un infierno.
No te podría decir si hay algo después de esta vida, pero te puedo dar un consejo. Vive como si no lo hubiera. Como si esta fuera tu única oportunidad de disfrutar, de amar, de existir.
Así, si no hay nada, pues habrás disfrutado de la oportunidad que te di.
Y si lo hay, ten por seguro que no te voy a preguntar si te portaste bien o mal, te voy a preguntar ¿Te gustó?… ¿Te divertiste?… ¿Qué fue lo que más disfrutaste? ¿Qué aprendiste?…
Deja de creer en mí; creer es suponer, adivinar, imaginar. Yo no quiero que creas en mí, quiero que me sientas en ti. Quiero que me sientas en ti cuando besas a tu amada, cuando arropas a tu hijita, cuando acaricias a tu perro, cuando te bañas en el mar.
Deja de alabarme, ¿Qué clase de Dios ególatra crees que soy?
Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan. ¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidando de ti, de tu salud, de tus relaciones, del mundo. ¿Te sientes mirado, sobrecogido?… ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme.
Deja de complicarte las cosas y de repetir como perico lo que te han enseñado acerca de mí. Lo único seguro es que estás aquí, que estás vivo, que este mundo está lleno de maravillas. ¿Para qué necesitas más milagros? ¿Para qué tantas explicaciones?
No me busques afuera, no me encontrarás. Búscame dentro… ahí estoy, latiendo en ti.