Por Henry Orozco
@HenryOroxco
Mi trabajo es enseñar, profesar… me dicen maestro porque la práctica hace al maestro…
El cáncer es una enfermedad que para muchos puede tornarse como una maldición, un castigo de Dios o “la peor racha de mala suerte” que una persona pueda afrontar; pero este no es el caso de Juan Fernando Londoño, un profesor de música quien reconoce su enfermedad como una “bendición” que lo ha llevado a poner los pies sobre la tierra, a centrarse, a darse cuenta de que los seres humanos no son eternos y a desenfrenar ese amor idílico hacia su familia.
“Todo exceso es malo, todo extremo es vicioso y yo fui muy desbordado cuando era joven –desbordado porque fumábamos cigarrillo, tomábamos trago y trasnochábamos, éramos muy bohemios”— evoca el profe con un tono bajo en su voz y una brillante lágrima que reposa en sus ojos mientras me esquiva la mirada.
Tuve un desafortunado acontecimiento recién contratado en el municipio de Marinilla fui asaltado por unos bandidos que me dieron escopolamina, estuve tirado en la calle 26 horas, me robaron todo lo que traía, el dinero que me dio la empresa para instalarme; me robaron mi salud y en el 2011 me dictaminaron una enfermedad pulmonar la cual me encuentro sobrellevando y estoy en tratamiento.
No me he dejado vencer, eh…
En diciembre pasado estuve crítico, en una epicrísis bastante grande con una metástasis en proceso pero aquí estoy y de carne somos, ¡de carne somos!… esa enfermedad me volvió otra persona, más tolerante, más compresivo, más cariñoso. A mi esposa actual es la que le ha tocado bueno, porque lo madura a uno tanto la enfermedad que uno aprende a valorar más a la persona que está con uno”.
El cáncer, socialmente, siempre está asociado con la muerte entonces ese es el temor que tiene la gente, pero todos los seres humanos podemos tener cáncer, a unos se les desarrolla más por cuestiones psicosomáticas; el cáncer es fruto; además, de un sufrimiento y yo le cuento hombre, he sufrido mucho por el amor de mis hijas, he sufrido mucho por complejos de culpa por haber tomado trago, por haber sido parrandero y no haber sido responsable, buen esposo y todo eso… yo ya superé muchas cosas, entre esas, la parte psíquica de no tener complejos de arrepentimiento porque eso es parte de la vida, y eso es la vida. ¡No es cierto!
Lloré cuando me iba a morir, me dio mucho miedo, también sentí mucha nostalgia pensar durante todo ese proceso que tuve una vida de alcohólico, de drogadicto, de bohemio, taciturno y que me creí príncipe –porque yo era un príncipe y un mendigo a la vez–… esa pudo haber sido una consecuencia por ejemplo de un estilo de vida; aunque conozco una monja que ha vivido delicioso, come galletas de mantequilla, ora todos los días y ve los pajaritos y se enfermó de cirrosis que es una enfermedad característica de los alcohólicos.
Pese a que es consciente del alto grado de riesgo que implica tener un cáncer, cargarlo a cuestas y vivir al borde de la muerte; Juan Fernando considera que su enfermedad le llegó como una bendición celestial para cambiar sus malos hábitos de vida y valorar más los pequeños detalles que la vida le ofrece y que, sobretodo, cada día lo hacen más feliz.
Esta enfermedad me llegó como un aviso del cielo, la misma naturaleza se encarga de ordenar las cosas y de asentar cabeza, es más bien una bendición no un castigo, cambió mi estilo de vida, mi actitud frente a las cosas, lo que no pudo cambiar la enfermedad fue mi temperamento, sigo siendo templado.
Pienso que la enfermedad me cayó más bien como una bendición celeste y sé que la naturaleza sabe como compensa sus cosas, ahora soy otra persona.
La cercanía con la muerte
El 15 de agosto del 2011 me aplicaron los santos oleos en la clínica Somer, vino mamá, vinieron mis hermanos, un hermano que vive en Calí, otro que vive en otra ciudad, en fin… –narra el profe mientras se le quebranta su voz y toce—alistaron todo para darme una cristiana sepultura; sin embargo, acá estoy, fui sometido a radiaciones de liquido y cobalto me hicieron unas quimios y ya, en este momento me encuentro bien.
A veces me dan crisis; en diciembre, por ejemplo, perdí 10 kilos, era un espanto, pálido, me enfermé horrible; lo peor de esta enfermedad es que se te bajan las defensas, uno se muere es de las consecuencias del cáncer, de no tener defensas y agravarse por cualquier cosa.
Mi papá murió hace cuarenta años y mi papá vino por mí, yo cuento eso y la gente se ríe, dicen: ¡ah, este man tan melodramático!, pero yo estando en la clínica Somer, vi que mí papá vino por mí y me llevó a pescar que fue lo que hice yo con él durante el tiempo que vivió y que tengo uso de razón; yo era el compañero de pesca de papá, mi papá salía los fines de semana a pescar, a lugares lejanos divinos, yo era un niño de quebradas, del campo, los fines de semana me iba con él; mi papá era un empresario y los fines de semana le gustaba salir a pescar.
Mi papá vino por mí, lo olí, lo sentí, me tocó… y yo estaba feliz y me fui con él hacia una gran luz, me desperté llorando, con una depresión tenaz porque yo estaba sintiendo tanta felicidad allá en esa luz hacia donde iba con él que cuando me devolví solo pude despertar llorando de la tristeza, inclusive, a raíz de eso, al otro día me subieron donde el psiquiatra el Dr. Ramón Eduardo Lopera. En estos momentos yo estoy tomando una droga personalizada para todos esos trastornos de la personalidad que me dejó experiencias como esas de la cercanía a la muerte y todo lo que valora uno la vida.
Yo me iba a volar con una sábana las iba a amarrar a la pata de la cama porque estaba en un segundo piso en la Somer y me iba a volar por el balcón.
Un remedio satanizado
Mi cercanía con la yerba fue a muy temprana edad en la época del hippismo, y tengo entendido que la marihuana tiene unas propiedades tremendas porque elimina radicales libres, porque crea en el paciente un efecto psicosomático que lo relaja y lo tranquiliza; esos estados nerviosos de la enfermedad son los que ponen también a las personas a que entren en estados de crisis por el estrés; además, la marihuana se considera un excelente bronco-dilactador para personas que les esté faltando el oxigeno; sirve para los dolores artríticos y reumáticos porque es de una textura o consistencia caliente, a modo personal, la he experimentado como remedio ya que se puede ingerir, se pueden hacer infusiones, se pueden hacer emplastos, maceraciones, se puede fumar, tomar en aromática, comer en torta entre otras… aunque también soy consciente que no es para todo el mundo porque hay personas que les hace mucho daño. Inclusive sin ser psiquiatra me atrevería a decir que puede llegar hasta causar esquizofrenia, sobre todo si son personas muy depresivas, con problemas personales la marihuana puede hacerles daño y hasta desencadenar tendencias suicidas. Esto cuando la persona no asimila muy bien esta planta, este medicamento o esta droga.
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Juan Fernando Londoño es un hombre regio, de estatura promedio (1,65 – 1,68), cabello corto y ligeramente pintado por un matiz blanco que le proporcionan sus canas… canas que le sacó la vida tras cada sufrimiento afrontado. El profe, como es conocido entre sus amigos y alumnos, es un hombre que ha sabido llevar a cuestas el dolor, que le ha tocado ganarse la vida “guerriando” y escalando cada peldaño con el que se topa. Un hombre que le ha entregado todo a la música y que hoy día se conforma con impartir su conocimiento a cuantas personas deseen aprender a tocar un instrumento de cuerda frotada, sin importar la edad; pues como él mismo lo considera, su orquesta es fiel muestra de que “loro viejo si aprende a hablar” y por eso enseña a niños, jóvenes, y adultos mayores apasionados por la buena música.
Juan Fernando se levanta muy temprano y hace alarde –jocosamente—de que los viejitos ya no duermen casi, que tienen que levantarse mínimo dos veces a orinar porque cuando pasa de cuatro veces ya es próstata pero él no ha llegado por allá todavía y eso le alegra.
No es muy adepto al desayuno, solo lo hace cuando va a su cabaña al bosque donde su esposa y su bebé, allá si come calentado, arepita, chocolate –no hay quinto malo como se dice–; aquí en Marinilla se toma un jugo, sus medicamentos y sale a trabajar; a medio día busca el almuerzo y se regresa a trabajar, su trabajo es ser profesor pero todos le llaman maestro porque “la práctica hace al maestro” y de eso si que sabe el profe.
Los fines de semana siempre viaja a tener contacto con el campo, con la naturaleza porque es un ser demasiado creyente y entregado a la naturaleza, ese es su principal contacto con Dios, disfruta de los paisajes, de los arboles, de los ríos y de su hija menor.
“Mi vida transcurre más bien apacible, es muy diferente a lo que era hace algunos años, una vida tormentosa, llena de cansancios, de malos momentos todo causado por el alcohol, la bohemia y eran cosas que me hacían sentir mal afectivamente…”
La parte afectiva es muy importante en la persona, si uno está bien afectivamente todo puede ser armonioso; ahora estoy bien afectivamente y mi salud es mejor.
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La vida ya me dio lo que yo esperaba, cuando era niño quise ser piloto, logré montar en avioneta, hice como 72 horas de vuelo y como falleció mi papá no pude pagar más en la academia de vuelo Halcones. Después ingresé a la UdeA con el objetivo de ser un chelista y de ingresar a una orquesta sinfónica y lo logré en el tercer semestre y empecé a devengar mi primer salario, entonces abandoné la escolástica y me dediqué a la práctica.
Estoy involucrado desde niño con la música porque desde el colegio me la pasaba todo el día “surrunguiando” con la guitarra (Sic).
El núcleo familiar…
El profe Londoño, es de los Londoño de Girardota Antioquia, donde se asentaron los Londoño arrieros colonizadores de descendencia francesa. Juan Fernando tiene 56 años, creció en el barrio Laureles de Medellín y manifiesta que cada año lo ha vivido intensamente, no ha perdido ni un momento de la vida fuera de la locha que a veces hace; es padre de cinco mujeres –el cromosoma se le inclinó solo a una letra–, cuatro mujeres antioqueñas y una de Popayan, la mayor de ellas, Sara María Londoño Espinal, es música violinista de la orquesta nacional de México, me cuenta que desde niña la inició en el violín y actualmente quien la acompaña en su travesía es un excompañero –de él—en la UdeA, Alberto Jairo Osa.
Su segunda hija es Cata, –Catalina como el nombre de su difunta abuela—vive en Argentina, es mesera profesional y músico independiente. Hace una pausa corta mientras evoca de manera eufórica a su tercera hija, Laura Cristina, me cuenta que es un bello recuerdo –un regalo del señor—porque a su madre la conoció en un festival de música religiosa, se enamoraron y de ahí nació Laura quien actualmente estudia Comunicación Social en la Universidad del Cauca, es músico independiente y cada vez que habla con ella, esta le dice que necesita días más largos porque los normales no le alcanzan para todo lo que tiene que hacer.
Daniela, la negrita, es su cuarta hija. Bailarina como lo fue la mamá de el profe, hija de una mujer muy querida, pero bastante peligrosa (?) –en el buen sentido de la palabra–. De temperamento fuerte, recio; oriunda de El Retiro Antioquia.
Daniela forma parte del grupo de danzas infantiles de su municipio, Antioquia vive la música, y, para cerrar su núcleo familiar, Juan Fernando me cuenta de su más preciado tesoro, su bebé, Luisa Fernanda de tres años y medio, la menor de cinco hijas y el depurado de todo este proceso que le dio el señor; el conjunto de todo, una niña sagaz, astuta, inteligente, jocosa, teatral, musical… supremamente artística.
El amor hacia la música y la orquesta de Coopimar
“En mi casa había un sinsonte y se sabia la escala musical completica, la silbaba, mi papá se la enseñó”.
El acerbo musical viene por el lado del papá porque silbaba muy bien, la mamá fue bailarina. De ahí viene la vena artística; Juan Fernando estudió aviación que era lo que quería hasta que murió el papá y no pudo seguir pagando la carrera debido a que era una carrera bastante costosa y no tenía como sostener esa profesión.
El profe vive en Marinilla, vino invitado a participar como docente en esta ciudad tan linda que tiene un letrero grande en la autopista:
Marinilla, ciudad con alma musical.
Dirigió varias bandas de viento en diferentes municipios de Antioquia como Nariño –balcón de Antioquia–, Támesis, Montebello Antioquia, entre otros muchos más…
Acá en Marinilla tenemos un ensamble, un proyecto, una propuesta de cuerdas frotadas, que son una gama de sonoridades y familias de la música: el mayor es el contrabajo, el hijo es el violonchelo con 4 cuerdas igual a su padre, la viola es la hija del chelo y a su vez la madre del violín.
Acá hombre, como ya le había dicho, loro viejo si aprende a hablar porque yo mismo se lo enseño.
Toda persona tiene una historia que contar, pero Juan Fernando –el profe– tiene más de una que compartir y entregar. Nos quedó mucho por conversar y fantasear, pero se hacía un poco tarde y el profe debía ir en busca de su almuerzo para más tarde dar continuidad a su grata labor de docente. No me cabe duda que me topé con un verdadero maestro y que, en el poco tiempo compartido, experimenté otra visión de vida; me despido como es debido –con un abrazo—de tan magno hombre y dejo plasmar una sonrisa en mi rostro al escuchar declamar de su boca:
“Sí ves que los barrios populares de Medellín también dan personajes importantes”.